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CAPITULO III.


I.


Los hidalgos españoles, que se habian embarcado entusiasmados con la esperanza del oro, ignoraban cuan ruda es la vida del marinero. Las raciones, que consistian en salazón y mala galleta, hablan minado sus naturalezas durante los tres meses que acababan de pasar aprisionados en estrechos bajeles. Las fatigas consiguientes á la fundacion del establecimiento, el alimento compuesto ya de vejetales, con que no estaban familiarizados, ya de provisiones traidas de España; pero en gran parte pésimas, á causa de la avaricia de los abastecedores, de la inesperiencia del transporte, y sobre todo de las alternativas de calor y de humedad, uniéndose á las influencias nuevas del aire, del suelo y del agua, produjeron calenturas mortíferas.

Como el almirante se encontraba un poco enfermo en el momento del embarque en Cádiz, no pudo examinar por sí mismo la instalacion de todo el material, víveres, ganado y municiones. Parece que el veedor de la marina, Juan de Soria, no habia dejado pasar por alto esta circunstancia, y cuando al desembarcar en la Isabela se inspeccionaron los abastos para almacenarlos, vio el almirante que la mayor parte de los víveres estaban averiados, ó eran en cantidad insuficiente; á causa de los beneficios ilícitos, obtenidos en la provision de