ESPAÑOL. ALIKHOULIP. TEKINICA. ijerra barlié tann tres keupeb meutta trueno cayrou kekika uno toouquídooú ocaalé venid aqaí vamacheumA neurreuquach viento weureup rifiaim kuppude viejo kerowich keuttoas ld¿ atkhurska yiatia.
Al leer este estrado de vocabulario
t{uedará qualauiera sorprendido de
la admirable diferencia que hay en-
tre los idiomas de dos tribus tan in-
mediatas la una á la otra. Verdad
es que hay en América lenguas ma-
dres diferentes por sus raices, y que
se semejan por el mecanismo y el
carácter, y por consecuencia es me-
nester atenerse poco á las palabras ,
y mucho por oira parte a las cons-
trucciones y al jenio de las lenguas
americanas. Toda la desemejanza
casi completa entre las palabras y las
raices, es un hecho grave y signifi-
cativo cuando se trata de dos len-
guas hablada^ por pueblos á quienes
separa un espacio sumlamente estre-
cho , y á los cuales el hábito de la
navegación piermite conservar rela-
ciones casi continuad.
Este hecho característico nos im-
pide adoptar , bastar tener prueba
mas convincente , la opinión de Or-
bygny, que hace de los Fueguenses
lina rama de la raza araucana. No
solamente no se halla la eufonía que
distingue la lengua de los Aucas ,
bajo ningún concepto, en. los idio-
mas fueguenses , c[ue son bárbara-
mente suturales, sino que hay tam-
bién diferencia esencial en estos úl-
timos entre sí. Las consideraciones
fisoliójicas militan también contra la
aserción del sabio naturalista. Si los
Tekinicas son pequeños como los
Araucanos^ por otra parte tienen el
ctis de color de caoba, aunque ha-
bitan en un pais sumamente fragoso
y húmedo, circunstancia que, según
el propio sistema de Orbigny, debie-
ra aclarar aquel color. Ahí tenemos
segundamente los Yacana-Kvnys ,
que, se^m afirma el capitán King y
sus oficiales, se parecen á los Pataj-
úes en la estatura , la tez , el :traje ,
las armas y los usos. Motivo hay pues
para creer que si el viajero ilustrado,
que nos ha sido tan útil en nuestra
empresa, hubiese llegado hasta ob-
servar á la población fueguense en
su totalidad y en sus ind i vid uo^^ hu-
biera adoptado conclusiones dife-
rentes. Por desgracia declara que no
ha visto sino un Fueguense adoles-
cente en el norte de la Patagonia.
Añádase que cuand o deOrbigny escri-
. bió su Hombre americano , la obra
tan esphcitade Kin^no se habia pu-
blicado todavía , y de consiguiente ,
no ha podido aprovecharse jde los
preciosos documentos que los sabios
de la espedicion inglesa han recoji-
do sobre esta nación tan poqo cono-
cida hasta entonces.
Dirémos,como de Orbigny, que Mr.
Bory de Saint-Vincent ha incurrido
en error supon iend oque los Fueguen-
ses descienden de la raza negra ; es
decir , de la que cubre una parte de
la tierra de Diemen. Con respec-
to al color nada hay mas exacto; pero
por otra parte , preciso es convenir
en que la lonjitud y delgadez de ios
miembros délos Fueguenses, su mo^
do de andar vacilante, y su estraña
fisonomía, cuyo tipo se ve represen-
tado en una de nuestras láminas ,
les hace semejarse de una manera
sorprendente a las poblaciones del
gran océano.
A pesar de los pocos datos que el