CAPÍTULO LXXXII.
Llegado á Sevilla el Almirante, puso mucha diligencia en su despacho, porque no via la hora que llegar á aquestas tierras, que descubiertas dejaba, en especial á esta isla Española, lo uno, por ver los 39 hombres que dejó en la fortaleza en la tierra del rey Guacanagarí é consolarlos, lo otro, por cumplir los deseos de los Reyes, y hacerles más servicios, y enviarles todas las riquezas que haber pudiese, para mostrar el gran agradecimiento y obligacion que les era por las muchas honras y favores, y mercedes que de Sus Altezas habia recibido; y, cierto, nunca dél otra cosa yo sentí ni creí, ni de alguna persona que estuviese fuera de pasion, entendí que el contrario sintiese, y, á todo lo que yo conjeturar pude, ántes, si algun defecto en él hubo, fué querer más de lo que convenia contentar á los Reyes por escudarse de los contrarios, muchos y duros, que despues tuvo. Así que, juntado con el arcidiano D. Juan de Fonseca, á quien los Reyes cometieron la solicitud y despacho de aquella flota, recibieron allí ambos provision de los reyes, por D. Fernando y Doña Isabel, dándoles poder y facultad para tomar todos los navíos que fuesen menester para el viaje, aunque fuesen menester y estuviesen fletados para otras partes, vendidos ó fletados, pagándolos, con que lo hiciesen con el menor daño de los dueños que se pudiese hacer, y tambien para que constriñese á cualesquiera oficiales de cualesquiera oficios, para que fuesen en el armada, pagándoles su sueldo y salario razonable. Desta manera, en breves dias se aparejaron en la bahía y puerto de Cáliz diez y siete navíos grandes y pequeños, y carabelas, muy bien proveidas y armadas de artillería y armas, de bastimientos, de bizcocho, de vino, de trigo, de harina, de aceite, de vinagre, de quesos, de