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de las Indias.

CAPÍTULO L.


Con todas estas tan nuevas nuevas, cargado de larguísima esperanza de las riquezas de oro y perlas que esperaba de descubrir el verano venidero, y que nunca gozó aunque las habia mayores que jamás fueron imaginadas ni soñadas, Vasco Nuñez acordó, muy contento, y alegre, y triunfante, volverse al Darien; despidió allí los caciques Chiapes y Tumaco, que se quedasen muy enhorabuena, dándoles gracias por lo que por él y los suyos habian hecho, y en especial á Chiapes, que más con él habia trabajado y más seguídole, y abrazándolos, y ellos á él (mayormente Chiapes lloró mucho apartándose dél, porque, cierto, comunmente los indios aman á los que no les hacen mal), y con alguna muestra de querellos bien de veras, dejó con él los españoles que estaban mal dispuestos y flacos, encomendándoselos tuviese cargo dellos, hasta que estuviesen buenos y pudiesen irse tras él, dióle todos los indios que hobo menester, que le llevasen las cargas y acompañasen hasta donde quisiese servirse dellos. Fueron por otro camino que habian venido, y aportaron á la tierra y señorío de un otro Cacique llamado Teaocham; éste, sabido que iban y las obras que hacian á las gentes donde llegaban, si no les salian á rescibir, como no tuviese fuerzas para les resistir, acordó salirles de paz al camino, y hacelles todo el rescibimiento de amistad y benevolencia, y acogimiento, y servicio en su pueblo que le fué posible; trujo ante sí consigo su presente, que ofreció á Vasco Nuñez, 1.000 castellanos de oro en piezas labradas por muy lindo artificio, y 200 perlas muy finas, puesto que algo turbias por haberlas sacado de las conchas ó ostias al fuego. Dióles abundantemente de comer de todo lo que tenia, y hospédalos, en todo lo que pudo, como si fueran sus deudos y amigos, y á