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Historia

CAPÍTULO XXXI.


Aquí ó por aquí túvose nueva de indios, que lo dijeron, que en la provincia de la Habana, que distaba de aquella cien leguas ó cerca dellas, que los indios tenian entre sí dos mujeres españolas, y un hombre español cristiano, y porque quizá de miedo no los matasen, no aguardó el Padre á llegar allí, sino proveyó luégo indios con papeles viejos, como se dijo, por cartas, enviándoles á decir, que luégo, vistas aquellas cartas, le enviasen las mujeres y aquel cristiano, si nó que se enojaria mucho si en hacerlo tardasen. Salieron, pues, de aquellos ranchos los españoles para ir adelante, y llegaron á un pueblo que estaba en la ribera de la mar del Norte, y dentro las casas, sobre horcones en el agua, (pasados otros), llamado Caraháte, la penúltima luenga, al cual puso el Padre Casa-harta, porque fué cosa maravillosa la abundancia de comidas de muchas cosas que allí tuvieron, de pan, y caza, y pescado, y sobre todo de papagayos, que, si no me he olvidado, en obra de quince dias que allí estuvieron, se comieron más de diez mil papagayos, los más hermosos del mundo, que por alguna manera era lástima matallos; y éstos tomaban los niños subidos en los árboles, como arriba queda declarado. Algunas veces, todos los españoles en este camino, desde la provincia de Camagüéy, navegaron por la mar en cincuenta y más canoas, ó pocas ménos, que no parecian sino una flota de galeras, las cuales los indios de la tierra de buena gana daban; bien creo que por echarnos de su tierra, porque nunca jamás indios, con tener cerca de sí españoles, ganaron nada, sino muchas inquietudes, agravios, sobresaltos, é al ménos intolerables importunidades. Así que, estando muy á sabor del vientre, todos en Caraháte ó Casa-harta, véese venir una canoa