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«Despues de la muerte del Obispo de esta ciudad, D.Rodrigo, habiendo discordia acerca de la elección, se aprovecharon de esto los herejes y afluyeron de várias partes á la ciudad de Leon, mirada entónces como capital del reino. Principiaron por fingir y propalar que se hacían milagros en un muladar ó basurero, donde hablan sido enterrados un hereje y un asesino, que había matado á un tio suyo. Había cerca de aquel paraje una fuentecilla, donde por la noche arrojaban algunas materias colorantes, de modo que el agua pareciese sangre. Acudian de los pueblos inmediatos á ver los milagros, y á vista de ellos bebían del agua varios malvados que se fingían ciegos, cojos y endemoniados, y que aparentaban quedar curados en el acto, representando una farsa infame, pagada y ensayada por los albigenses. Llegaron éstos al extremo de querer desenterrar los huesos del hereje Arnaldo, diciendo que era un santo abad que habia muerto como mártir de sus opiniones religiosas, y ya habían construido en aquel paraje, y cabe la fuente, una gran capilla en que darle culto.»

Este hecho manifiesta hasta qué punto se habia propagado y hecho prepotente aquella malvada secta. Seguíala estúpidamente el vulgo, siempre ávido de novedades, y, lo que era peor, no pocos clérigos necios é indiscretos. Pugnaban contra ellos con gran brío los frailes menores y los predicadores, ya establecidos en aquellos países, acusando como herejes manifiestos á los que tales excesos cometian. Estos, á su vez, luego que tenían ya á sus adeptos completamente ganados, y de modo que no pudiesen retroceder, les descubrian las supercherías de que se valían para fingir aquellos milagros, añadiendo con intencion maligna que así eran todos los demás milagros de la Iglesia. En vano los Obispos circunvecinos excomulgaban á todos los que tomaban parte en tan infame culto, pues eran muchos los ilusos, y el mal habia cundido por toda España.

Noticioso de ello un diácono de aquel país, que á la sazón se hallaba en Roma, regresó á su pátria y principió á predicar con gran brío, echando en cara á sus paisanos que la ciudad de Leon, cabeza que era del reino y donde se administraba justicia y daban leyes, fuese foco de infeccion y de herejía que contaminase á toda España. Amenazóles, cual otro Elías, que no lloveria hasta que fuese arrasado aquel