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Historia de un amor turbio

hasta la alucinación. No veía nada del otro, ningún rasgo: pero sentía en él al hombre, al hombre ardido de deseo, asaltando... ¡A Eglé!...

Sintió un odio brutal, odio tan impulsivo y á flor de animalidad, que fijando sin querer la vista en un pasajero de negro que veía de espalda, tuvo la plena seguridad de matarlo, si fuera el otro. Pero no seguridad de fría convicción adquirida en casa tras complicado raciocinio, sino el impulso que sentía en ese momento mismo, en los ojos y en los dedos, una certeza convulsiva en las manos al encarnar al otro en el sujeto. ... Veía á Eglé, besándolo como lo besaba á él, mirándolo como lo miraba á él, la sonrisa á medias...

Espiró violentamente porque sentía un ardiente empuje interno que le echaba la sangre afuera. Pero el banco volvía, volvia. No se veía ahora él; lo veía al otro.. Y resurgian todas sus situaciones de mayor cariño con Eglé, pero ocupando su lugar la sombra mal1