tro, recibiéndolo con una profunda reverencia de otros siglos que inflaba sus faldas cual convenia al vástago de tan noble al curnia. Hablábale á veces en tercera persona, sin mirarlo. Tenía diez y siete años. Era muy bella, bastante delgada de cara. Sus ojos largos, oscuros y sombrios daban á su semblante, cuando estaba distraída con malestar, una expresión de sufrimiento antiguo cuya fatiga dolorosa ha quedado, expresión de una edad mucho mayor y común en las muchachas inteligentes que se han desarroHlado muy pronto.
Sus nervios la mataban. Siendo criatura había soñado que un pájaro le devoraba las manos á picotazos. Nunca pudo recordar esto sin revivir la vieja angustia y esconder aquéllas. Cuando tenía quince años tomó la costumbre de acostarse vestida, después de comer; á la una se levantaba, la casa en silencio; iba á la sala, paseaba aburrida, toca-