su división, pues su amor sereno azuzábale la seriedad del trabajo. Sin embargo, no pudo resistir. Retiróse antes de hora y voló á Constitución, tomando el tren de las cuatro y cuarenta y cinco. Como era temprano y Eglė no lo esperaría aún, bajó en Banfield y prosiguió á Lomas á pie, despacio y feliz. Y al evocar á Eglé, acercándose á él la mirada angustiada de temor como siempre—su certeza de paz final liquidóse en extrema ternura.
Llegó así á la hora de costumbre. Eglé estaba concluyendo de arreglarse y tuvo que esperar cinco largos minutos, acaso un poco desilusionado de no haberla visto. salir á su encuentro. Por fin entró y Rohan fué apresurado á ella, pero en el momento de recogerla se detuvo inmóvil.
—Qué tienes?
M —Nada—repuso Eglé. Fué dicho difícilmente, con el seco desentono que adquieren á nuestro pesar las palabras cuando estamos