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Los perseguidos

las y gritarle desaforadamente en plena bocacontándole de paso todas las muelas.

Tuve un momento de angustia tal que me olvidé de ser él todo lo que veía: los brazos de Díaz Vélez, las piernas de Díaz Vélez, los pelos de Díaz Vélez, la cinta del sombrero de Díaz Vélez, la trama de la cinta del sombrero de Díaz Vélez, la urdimbre de la urdimbre de Díaz Vélez, de Díaz Vélez, de Díaz Vélez.....

Esta seguridad de que a pesar de mi terror no me había olvidado un momento de él, serenóme del todo.

Un momento después tuve loca tentación de tocarlo sin que él sintiera, y en seguida, lleno de la más grande felicidad que puede caber en un acto que es creación intrinseca de uno mismo, le toqué el saco con exquisita suavidad, justamente en el borde inferior ni más ni menos. Lo toqué y hundí en el bolsillo el puño cerrado.