ocho años. Aunque estaba seguro de que todo aquello fuera una enfermiza ternura de la pequeña porque se iba á ir muy lejos, la indiferencia de ahora—tan justa, sin embargo.
—le parecía excesiva.
Una noche, observándola en silencio, deploró hasta el fondo del alma no volver á ocho años atrás. La veia de perfil, apoyada de codos sobre la cola del piano, el busto fuertemente coloreado por la pantalla punzó. Hojeaba las músicas, completamente ofrecida á sus ojos, en su serena y firme soledad de cuerpo deseable que tiene la perfecta seguridad de que no lo podemos tocar.
—Vd. ha cambiado mucho, Eglé — rompió él después de un largo silencio.
—Yo!—respondió la joven, sorprendida.
—Sí, Vd.; Vd. era más alegre antes. Verdad es que hablo de muchos años atrás.
—Es posible.... Pero ahora soy tan alegre como antes — añadió con una sonrisa.