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Historia de un amor turbio

brio oscurecía las veredas. No hacía viento; todos los molinos estaban inmóviles. Las voces, cortadas, se oían claras y distintas en las quintas vecinas—las de mujer sobre todo. A pesar del olor á carbón y pólvora que enviaba la vía, sentíase de cuando en cuando el fresco olor de los eucaliptos de Temperley, cuya masa pizarrosa se confundía al suroeste con el cielo. Una tenue neblina esfumaba las frondas quietas, suavizaba más el paisaje, dando al atardecer moroso y sin viento una tranquilidad edénica.

Volvieron lentamente y era ya de noche cuando llegaron á la quinta. Después de comer repitióse el paseo; esta vez Rohan al lado de Eglé, dirigiendo juntos la marcha hacia Temperley.

—Cuidado, Rohan! — alzó la voz Mercedes tras ellos. Se volvieron. Mercedes, que avanzaba con la cabeza al aire, articuló lentamente: