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Historia de un amor turbio

brota del corazón masculino tocado en ciertas fibras; esa misma compasión que nos hace decir, sin motivo alguno para ello, acariciando á la mujer querida: «¡Pobrecita! ¡Pobre, mi amor!»....

Se contuvo. Llegaban la madre y Eglé, ésta con distinto cinturón. Rohan la miró con la impresión de haber dejado de verla varios meses y sobre todo como si se hubiera olvidado de que era tan bella. La observó encantado y con una honda inspiración á la sola idea de llegar algún día á besarla.

XV La estación desbordaba de gente. Habiendo entrado por el pesadizo norte, tuvieron que detenerse allí, en la más absoluta imposibili dad de dar otro paso. Ocupáronse en mirar la cara de las paseantes en cadena, que, lle-