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ANTÓN P. CHEJOV

de casarme por el dinero. No quiero comer el pan de mi mujer; quiero que ella coma el mío y que se dé cuenta de ello; empero, una pobre no me conviene. A pesar de que soy hombre acomodado y no me caso por interés, sino por amor, no puedo tomar una pobre. ¿Usted misma comprende? Todo se ha puesto tan caro... y tendremos hijos.

—La encontraremos, y con dote—dijo la casamentera.

—¡Una copita... hágame el favor!

Ambos quedáronse callados. La casamentera suspiró, observó al conductor de reojo y le dijo:

—¿En punto de distracción? Dispongo de señoritas de gran valía... una francesa y otra griega...

El conductor reflexionó un momento y meneó negativamente la cabeza:

—No, se lo agradezco... Ahora, en vista de sus atenciones, permítame que me entere. ¿Cuál es el precio que me llevará usted para buscarme una novia?

—No pediré mucho... Si me da usted veinticinco rublos y género para un traje, como es de costumbre, me quedaré satisfecha. Por lo del dote, la gratificación varía según su cuantía.

—Es muy caro...

—¡No es caro, Nicolai Nicolaivitch! Antes, cuando los casamientos eran más fáciles de arreglar, tomaba menos. Pero en los tiempos que corremos ganamos muy poco... Si el mes