exclamó el doctor agitando los brazos—. ¡Es una obra de arte!... ¡Mira qué movimiento... qué expresión!... Ni lo quiero oír...; me ofenderías...
—Si hubiera por lo menos unas hojitas...
Pero el doctor no le escuchaba. Movió la mano en señal de despedida, y, contento, se dispuso a marchar.
Volvió a su casa encantado de haberse librado del obsequio.
Al encontrarse solo, el abogado contempló el candelabro por los cuatro costados; le tocó, e, igual que el doctor, quedóse largo rato pensando qué haría con aquel utensilio.
—Es una obra de arte magnífica; da lástima tirarla; pero ¿cómo la voy a guardar? Lo mejor sería entregársela a alguien... ¡Ya lo encontré! ¡Esta misma noche se la regalo al cómico Chachkin, cuyo beneficio tendrá lugar hoy!
Aquella misma noche el candelabro fué entregado al cómico Chachkin, cuyo cuarto fué tomado por asalto por los espectadores, que venían a aplaudir la obra de arte; se oían chillidos y risas parecidas a relinchos de caballos. Cuando alguna de las artistas se acercaba y llamaba a la puerta preguntando si podía entrar, el cómico invariablemente contestaba:
—¡No, chica, no! Estoy vistiéndome...
Después del espectáculo, el cómico se frotaba las manos y encogía los hombros preguntando: