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HISTORIA DE UNA ANGUILA

dió tanta vergüenza, que se ruborizó y sintió latidos en las sienes.

—¡La comida está servida!

Máchenka se arregla los cabellos, se pasa por la cara una toalla mojada y se encamina al comedor. Ya han empezado a comer... A un extremo de la mesa está Fedosia Vasilevna, orgullosa, muy seria. Al otro, Nicolás Serguievitch. A los lados, los convidados y los niños. Dos lacayos sirven la comida. Todos saben que la dueña tiene un disgusto y callan. No se oye más ruido que el producido al masticar y deglutir.

—¿Qué hay para tercer plato?—interroga Fedosia Vasilovna con voz angustiada.

—Esturiones al Rin—contesta el criado.

—Lo he encargado yo, Fenia—dice Nicolás Serguievitch —. Hoy se me antojó comer pescado. Si no te gusta, que no lo sirvan...

A Fedosia Vasilevna no le agradan los platos que ella misma no ha encargado. Sus ojos se inundan de lágrimas.

—¡Ea! Se ha agitado usted demasiado—dice melosamente Mamikof, su médico, sonriendo con dulzura—. Es usted excesivamente nerviosa. Olvide lo del broche... ¡La salud vale más que dos mil rublos!

—No siento los dos mil rublos—replica la dueña, y una lágrima corre por sus mejillas—. Es el hecho en sí lo que me trastorna. No puedo permitir que haya ladrones en mi casa. No