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ANTÓN P. CHEJOV
—¡Cuánto siento lo del edredón!—contesta en lugar suyo la madre—. Pesaba nueve kilos [1]. ¡Y qué plumón, amigas mías! ¡No tenía ni una caña! ¡Qué desgracia!
La procesión desaparece detrás de la esquina... La callejuela se tranquiliza...
El plumón revolotea hasta la noche.
- ↑ En Rusia se hacían antiguamente grandes edredones de pluma, que servían de colchón.