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ANTÓN P. CHEJOV

dré morirme. El médico me advirtió que tengo una dureza en los intestinos. Como no me cuide, una vena es capaz de romperse, y deberé morir, de sopetón, sin recibir los últimos Sacramentos... (Murmullos en el público: Una muerte de perro.)

el jefe de bomberos

No lo digo por mí. He vivido bastante. Nada necesito. Me extraña solamente, y hasta me siento ofendido. (Hace con la mano un gesto de desesperación.) Trabaja uno honradamente por su sueldo, sin aprovecharse en lo más mínimo, sin descansar ni de noche ni de día, sin cuidar de su salud, y... después de todo, ¿para qué?... ¿Para qué me afano? ¿Cuáles son mis ventajas? No lo digo por mí, repito; lo digo en general... Otro no viviría con un sueldo semejante... A un borrachín cualquiera le cuadraría ese salario. Un hombre honrado e inteligente, antes se dejaría morir de hambre que trabajar por tan poco dinero y andar en líos con caballos y bomberos. (Se encoge de hombros.) ¿Cuál es mi beneficio? Si en el extranjero conocieran nuestro modo de proceder, ¡bien nos pondrían los periódicos! En Europa, por ejemplo en París, en cada calle hay una torre para señalar el fuego, y a los jefes de bomberos les dan cada año una gratificación igual al sueldo entero. Así se puede servir.