No esperaba que celebraran ustedes mi modesto aniversario... Estoy conmovido... y... hasta... hasta... la muerte me acordaré de estas atenciones. Créanme, amigos míos; nadie les desea más felicidad que yo... y si hubo alguna vez cualquier incidente desagradable, fué únicamente por el bien de ustedes...
Con estas palabras, el consejero de Estado abraza al consejero titular Craterof, el cual no contaba con un honor semejante y hasta se pone pálido de satisfacción. Luego el jefe hace un gesto con la mano, mostrando que la emoción le impide hablar, y prorrumpe en llanto, como si en vez de regalarle un hermoso álbum se lo quitaran. Recobrada la tranquilidad, pronuncia algunas palabras conmovidas, tiende a todos la mano, baja la escalera acompañado de bendiciones y alegres vivas y toma asiento en su coche. Por el camino experimenta nuevamente la sensación de ese acontecimiento feliz e imprevisto, y otra vez prorrumpe en llanto.
Otras alegrías mayores le aguardaban en casa: la familia, los amigos y conocidos le dispensan una ovación tal, que él llega a convencerse de que en realidad ha trabajado muchísimo por la gloria de la patria y de que si no fuera por él la patria estaría en peligro. En una palabra, Imikof no sospechaba tamaño aprecio.
—¡Señores!—pronuncia antes de los postres—. Hace dos horas he sido compensado de todos los sacrificios que he hecho a mi pa-