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HISTORIA DE UNA ANGUILA

dos; tienen caras amenazadoras y palos en las manos. Grischa, aterrorizado, levanta los ojos hacia la niñera para ver si el peligro es grande. Pero la niñera no corre ni llora. Esto quiere decir que no hay tal peligro. Grischa sigue a los soldados con los ojos y procura dar pasos lentos como ellos.

Dos grandes gatos atraviesan la alameda; tienen hocicos largos, llevan la lengua fuera y la cola levantada. Grischa cree que hay que seguirles y corre detrás de ellos.

—¡Para!—grita rudamente la niñera, cogiéndole por los hombros—. ¿Dónde vas? ¿Quién te ha permitido correr?

Pasan delante de una niñera que está sentada con un cestito lleno de naranjas. Grischa coge una y quiere seguir su camino.

—¿Qué haces?—exclama su compañera; le arranca la naranja y le da un golpe en las manos.

—¡Estúpido!

Ahora Grischa ve en el suelo un pedacito de cristal; lo cogería con gusto. El cristalito brilla como la mariposa. Pero lo deja por temor de que vuelvan a pegarle.

—¡Hola! ¿Qué tal?—dice de pronto una voz por encima de Grischa, y el niño ve un hombre alto con botones relucientes.

Con gran satisfacción suya ve que la niñera se para, le da la mano al hombre y se quedan conversando. La luz del Sol, el ruido de los coches, los caballos, los botones relucientes,