ligente ceramista trianero Don Manuel Soto y Tello.
La belleza é importancia artístico-industríal de los zócalos de que tratamos, exigía que quedasen al descubierto en su totalidad, y habiéndosenos consultado al efecto, recomendamos la conveniencia de dejarlos á la vista, construyendo un altar aislado, cómo existe en la actualidad. El procedimiento empleado en el zócalo de San Gil es exactamente el mismo de que hemos hecho mérito al tratar de la ventana ornamental de Omnium Sanctorum; y su labor, por consiguiente, consiste en formar elegantes grupos de estrellas de diversos colores, unidas entre sí, solamente, por las finísimas rayas que resultan del corte de infinitas piezas poligonales, cuyas líneas constituyen la combinación general de lacerías. En los centros del segundo tablero, del lado de la Epístola, hay un espacio rectangular, con el que se interrumpe la labor de ajaraca, el cual se ve ocupado por una combinación de menudas piezas de muy diversas formas, que enlazadas las unas con las otras, vienen también á constituir otra labor, á manera de lacería.
La iglesia parroquial de San Esteban conserva también restos de otro antiguo alicatado, los cuales pusiéronse de manifiesto en 1891 con motivo de reparaciones efectuadas en la gradería que dá acceso al altar mayor. Afortunadamente no han desaparecido, antes bien, con plausible acuerdo fueron trasladados desde el sitio en que se hallaban á la mesa del altar mayor, donde se conservan ocultos detrás de los frontales portátiles con que la adornan. Estos azulejos constituyen, una que podríamos llamar tercera variante, y de la cuál tenemos hermosas muestras en los zócalos que revisten el espacio llamado del Trono, situado á la cabecera del Patio de las Doncellas del Alcázar. Unos y otros ofrecen igual forma en el corte de las piezas principales, y en el de las accesorias que forman los enlaces; resultando del conjunto también una lacería, pero, nó de líneas rectas, horizontales, perpendiculares y diagonales, sino de forma muy singular, cuya disposición aumenta la dificultad del corte, y demuestra, por consiguiente, la extraordinaria pericia de los albañiles moriscos. (Véase la figura (21).
Con los ejemplares, por tanto, del Alcázar, de San Gil y de San Estéban, tenemos datos suficientes para establecer tres varían-