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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS.

pal el cetro rebelde del Grande Enemigo, príncipe de las tinieblas.

Allí las sombrías y grandes figuras de los príncipes Metzengerstein, caracoleando sobre sus musculosos caballos de guerra entre los cadáveres de sus enemigos, conmovian los nervios menos seensibles con su fuerte espresion; y aquí, á su vez, voluptuosas y blancas como cisnes, los retratos de las damas de los antiguos tiempos flotaban á lo lejos en las grecas de una danza fantástica, al compás de una melodía imaginaria.

Pero mientras que el baron prestaba oido ó afectaba escuchar la barahunda, siempre creciente de las cuadras de Berlifitzing, y quizás meditaba alguna nueva fechoría, algun acto decidido de audacia, sus ojos se volvieron maquinalmente hácia el retrato de un caballo enorme, de alzada comun, mejor diria extra-naturnl, representado en el tapiz como perteneciente á un antiguo sarraceno de la familia de su rival.

El caballero estaba en primer término, inmóvil como una estátua, mientras que en segundo término, detrás de él, su dueño desmontado moria bajo el puñal del un Metzengerstein.

Surgió á los lábios de Federigo una espresion diabólica, como si se apercibiera de la direccion que su mirada habia tomado involuntariamente. Pero no desvió los ojos. Lejos de eso, no podia en manera alguna darse cuenta de la ansiedad abrumadóra qüe parecia caer sobre sus sentidos como una mortaja. Conciliaba difícilmente sus sensaciones incoherentes, como las de los sueños, con la certidumbre de estar despiertos.

Cuanto mas miraba, mas absorbente y fascinador se hacia el encanto, mas le parecia imposible arrancar su mirada á la fascinacion de aquel tapiz. Pero como el tumulto esterior se hiciese mas violento, hizo un esfuerzo como con sentimiento y volvió su atencion hacia una esplosion de luz rogiza proyectada de lleno sobre las ventanas de la estancia desde las cuadras en ignicion.

Sin embargo, la accion fué momentánea; su mirada se volvió involuntariamente al muro del tapiz, y con gran asombro suyo, la cabeza del jigantesco caballo, ¡cosa horrible! habia cambiado de posicion. El cuello del animal, antes inclinado como por compasion hácia el cuerpo caido en tierra de su señor, estaba ahora tendido, rígido y en toda su longitud en direccion del baron. Los ojos, antes invisibles, mostraban ahora una espresion enérgica y humana, y brillaban con una rubicundez ardiente y estraordinaria, y los bezos entreabiertos y dilatados de este caballo de aspecto rabioso, dejaban entrever sus dientes sepulcrales, y repugnantes.

Espantado el jóven baron ganó la puerta dando traspieses, y cuando la abrió, un torrente de luz rogiza inundó la sala que delineó claramente su contorno sobre la tapicería temblorosa, y como el baron vaciló un instante en el diatel, se horrorizó de nuevo al ver que aquella sombra tomaba la posicion exacta y llenaba precisamente el contorno del implacable y triunfante del matador del Berlifitzing sarraceno.

Para aliviar su pecho ahogado salió el baron Federico al aire libre con toda precipitacion, y á la puerta principal encontró tres escuderos, que con mucha dificultad, y no poco riesgo de su vida, sujetaban á un caballo jigantesco de color de fuego que daba saltos convulsivos.

—¡De quién es este caballo? ¿Dónde lo habeis encontrado? preguntó el jóven con voz quejumbrosa y ronca, reconociendo inmediatamente que el misterioso coreel de la tapicería era el prefecto original del furioso caballo que tenia delante.

—Es vuestro, monseñor, respondió uno de los palafreneros, ó al menos; nadie se ha presentado á reclamarlo. Le hemos cogido cuando se escapaba echando vaho y espuma por la boca, de las caballerizas que están ardiendo en el castillo de Berlifitzing. Suponiendo que pertenecía á la parada de