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EDGAR POE.

escarabajo que llevaba atado al fin de un trozo de bramante y que hacia girar alrededor de sí marchando con aire de mágico. Cuando observé este síntoma seguro de demencia en mi pobre amigo, apenas pude contener las lágrimas. Pensé muchas veces que valía más halagar su jactancia, al menos por el momento, hasta que pudiese tomar algunas medidas enérgicas con esperanza de éxito. Sin embargo, trataba, aunque inutilmente, de sondear su pensamiento, en lo relativo al fin de la espedicion. Habia conseguido persuadirme á acompañarle y parecia poco dispuesto á entrar en conversacion sobre un asunto de tan poca importancia. á todas mis cuestiones no se dignaba responder más que por un

—Ya veremos.

Atravesamos en un esquife el ancon por la punta de la isla, y trepando por los montuosos terrenos de la orilla opuesta, nos dirigimos hácia el nordeste, á través de un país horriblemente salvaje y desolado, donde era imposible descubrir la huella de un pié humano.

Legrand seguia el camino con decision, deteniéndose solo de tiempo en tiempo, para consultar ciertas señales, que parecía haber dejado él mismo en una ocasion precedente.

Anduvimos así cerca de dos horas, y estaba el sol en el momento de ocultarse, cuando entramos en una region infinitamente más siniestra que todo lo que habiamos visto hasta entonces. Era una especie de meseta, cerca de la