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EDGAR POE.

de oro á quien injuriaba, á quien calumniaba! ¿No tienes vergüenza de tí mismo, negro tunante? Eh! ¿qué respondes?

Fué preciso que yo despertase, por decirlo así, al señor y al criado y que les hiciese comprender la urgencia que había en trasportar el tesoro.

Se hacía tarde y era necesario emplear alguna actividad si queriamos que todo estuviese con seguridad en nuestras moradas antes del dia.

No sabíamos qué partido tomar, y perdíamos mucho tiempo en deliberaciones: tan desordenadas teníamos las ideas. Finalmente, aligeramos el cofre sacando las dos terceras partes de su contenido, y pudimos al fin, no sin poco trabajo todavía, arrancarlo de su agujero.

Los objetos que habíamos sacado fueron depositados bajo las zarzas y confiados á la guardia del perro á quien Júpiter encargó estrictamente no ladrar bajo ningun pretesto, y ni aun abrir la boca hasta nuestro regreso. Entonces nos pusimos precipitadamente en marcha con el cofre, llegamos á la choza sin accidente alguno, pero despues de haber pasado una espantosa fatiga, y á la una de la noche, rendidos como estábamos, no podíamos inmediatamente dar mano á la obra; esto hubiera sido traspasar las fuerzas naturales. Descansamos hasta las dos, despues cenamos y nos pusimos en camino para las montañas, provistos de tres grandes sacos que por