aquí; vuestra salud es preciosa. Sois rico, respetado, admirado, querido; como yo en otro tiempo: sois un hombre que dejaría un vacio inocupable. Por mi nada importa. Vámonos; podriais caer enfermo. Ademas Luchessi....
— Basta, — dijo,— la tos no vale nada. — No me matará: yo no he de morir de un constipado.
— Es verdad, — es verdad, contesté; — y os aseguro que no intento alarmaros inútilmente; — pero debeis tomar algunas precauciones, un trago de Medoc os defenderá de la humedad. Cogi una botella, de entre otras muchas que en larga fila allí cerca estaban enterradas, y la rompí el cuello.
— Bebed, —dije,— y le dí el vino. Acercó á los lábios la botella, y me miró con el rabo del ojo. Hizo una pausa, me saludó familiarmente, (sonaron las campanillas del gorro), y dijo:
— ¡A la salud de los difuntos que á nuestro alrededor reposan!
— Yo á la vuestra. Se agarró de mi brazo y seguimos adelante.
— Qué grandes son estas cuevas! dijo.
— Los Montresors,— contesté,— eran familia muy numerosa.
— No recuerdo vuestras armas.
— Un pié de oro sobre campo azul, reventando una serpiente que se le enrosca mordiendo el talon.