golpe de escalpelo, y luego introdujo en ella el conductor metálico. A su contacto el cadáver se levantó con precipitacion, pero no de un modo convulsivo; se puso de pié, llegó hasta el centro de la sala, arrojó alrededor de sí una mirada inquieta y luego habló. Lo que dijo no fué inteligible, distinguiéndose bien las sílabas, pero no el sentido. Después de hablar se desplomó sobre el pavimento.
Quedáronse los circunstantes inmóviles algunos momentos, de espanto y de terror; pero inmediatamente lo urgente del caso les volvió la serenidad. No cabe duda de que M. Stapleton está vivo y acaba de caer en un síncope, bastando algunas gotas de éter para volverlo en sí. Mientras hubo el más pequeño peligro de una recaída, se guardó un profundo secreto sobre su resurreccion, pero es difícil imaginar la sorpresa y la alegría de sus amigos, cuando ya pudo comunicárseles la ventura nueva.
Lo más interesante de este suceso, es lo dicho por el mismo M. Stapleton, que asegura no haber tenido un solo instante de insensibilidad y que sabía, dé un modo vago y confuso, todo cuanto sucedía, desde el momento en que los médicos le dieron por muerto, hasta caer desmayado sobre el pavimento de la sala de diseccion. «¡Estoy vivo!» fueron las palabras incomprensibles que pronunció al reconocer el lugar donde se encontraba.
Fácil sería por demás citar una infinidad de