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EDGAR POE.

fué el que debía ser; la presa estaba completamente enredada en mis redes; en menos de una hora había cuadruplícado su deuda. Desde hacia algún tiempo su fisonomía había perdido la rosada tinta que le prestaba el vino; pero entónces, vi con asombro que se había trocado en una palidez verdaderamente temible. Digo con asombro, porque había tomado acerca de Glendinning prolijos informes; se me había representado como inmensamente rico, y las cantidades que había perdido hasta entonces, aunque fuertes realmente, no podían, yo lo suponía al menos, atormentarle sériamente, y todavía menos afectarle de un modo tan violento.

La idea que se presentó más naturalmente á mi imaginacion, fué que estaba aturdido por el vino que acababa de beber, y con el fin de salvar mi honor á los ojos de mis camaradas, más bien que por un motivo desinteresado, iba á insistir perentoriamente en interrumpir el juego, cuando algunas palabras pronunciadas á mi lado entre los circunstantes y una esclamacion de Glendinning que manifestaba la más completa desesperacion, me hicieron comprender que había obrado su ruina completa, en términos que habían hecho de él un objeto de compasion para todos, y le hubieran protegido aun contra los malos oficios de un demonio.

Qué conducta hubiese yo adoptado en tal circunstancia, me será difícil decirlo. La deplorable situacion de mi fráude habia arrojado so-