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EDGAR POE.

os suplico, á vuestro gusto, el forro de la vuelta de su manga izquierda y algunos pequeños paquetes que se le encontrarán en los bolsillos bastante grandes de su bata bordada.

Mientras hablaba, el silencio era tan profundo que se hubiera oido caer un alfiler sobre la alfombra. Cuando hubo acabado, desapareció de improviso, tan bruscamente, como había entrado.

Puedo describir, ¿describiré mis sensaciones? Es preciso decir que esperimenté todos los horrores del condenado. Tenia ciertamente poco espacio para reflexionar. Multitud de manos me asieron rudamente, y se procuró inmediatamente luz. Siguió á esto un reconocimiento. En el forro de mi manga se encontraron todas las figuras esenciales del ecarté y en los bolsillos de mi bata un cierto número de barajas exactamente parecidas á las que nos servian en nuestras reuniones, con la diferencia que las mías eran de estas que se llaman, propiamente, recortadas, estando los triunfos ligeramente convexos sobre los lados pequeños, y las cartas bajas imperceptiblemente convexas sobre las grandes. Gracias á esta disposicion, el que corta, como de costumbre, á lo largo de la baraja, corta invariablemente de modo que dá un triunfo á su adversario; mientras que el griego, cortando por lo ancho, no dará nunca á su víctima nada que pueda apuntar á su favor.

Una tempestad de indignacion me hubiera