blados. No pueden compararse con los grandes arrecifes con ranuras de hierro horizontales y rectas, sobre las que trasportaban los Egipcios templos enteros; y macizos obeliscos de ciento cincuenta piés de alto.
Le hablé entonces de nuestras gigantescas fuerzas mecánicas. Convino en que solía hacerse alguna cosilla en el particular, y me preguntó, que como nos hubiéramos compuesto nosotros, para colocar las impostas de los dinteles del chico palacio de Carnac.
Creí muy del caso hacer como que no entendía su pregunta, y contestela preguntando si tenía idea de los pozos artesianos; pero él arqueó las cejas, mientras Mr. Gliddon me guiñaba el ojo, y decía en voz baja, que los ingenieros encargados de taladrar el terreno del gran Oasis en busca del agua acababan de desccubrir uno.
Entonces cité nuestros aceros; pero el estranjero levantó las narices y preguntóme si nuestros aceros habrian podido nunca tallar las marcadas y vigorosas esculturas que decoraban los obeliscos, ejecutadas con herramientas de cobre.
Esto ya nos desconcertó de tal manera, que creimos oportuno hacer una escursion á la metafísica. Mandamos por un ejemplar de una obra llamada El Dia, y de él leimos uno ó dos capítulos de una materia no muy clara en verdad; pero que las gentes de Boston definen: el gran movimiento ó el progreso.