vuestras narices, con todas vuestras narices ¿no es verdad?
— Ni una hebra menos, amor mió, la dije. Me las retorcí una ó dos veces y me fui á Almack.
Los salones estaban atestados de gente.
— ¡Ya llega! dijo uno en la escalera.
— ¡Ya llega! dijo otro desde un poco más arriba.
— ¡Ya llega! dijo otro desde más arriba aun.
— ¡Llega! gritó la duquesa. Ya llegó nuestro ángel. Y asiéndome con las dos manos, me dió tres besos en las narices.
Inmediatamente la asamblea dió señaladas muestras de desaprobacion.
— ¡Diavolo! gritó el conde Capricornutti.
— ¡Dios le guarde! murmuró en español Don Navaja.
— ¡Mille tonnerres! juró el príncipe de Grenoville.
— ¡Mille tiaplos! gruñó el elector de Bluddennuff.
Esto no puede quedar así, pensé. Me cargué, me encaré, con Bluddennuff y le dije:
— Caballero, sois un monigote.
— Caballero, replicó después de una pausa, relámpagos y truenos.
No hubo necesidad de más; cambiamos nuestras targetas y á la mañana siguiente en Chalk-Farm le aplasté las narices, y por lo tanto pude presentar las mias á mis amigos.
— ¡Béstia! Me llamó el primero.