pugnancia, y que me habría impulsado á librarme de él si me hubiera atrevido: era pues, como digo, la imágen de una cosa horrorosa y siniestra, la imágen de la horca. — ¡Oh! lúgubre y terrible máquina, máquina del horror y del crimen, de agonía y de muerte.
Y hé aquí que yo era un miserable, más allá de la miseria posible de la humanidad. Una bestia bruta, de la cual yo había con desprecio destruido al hermano, una bestia bruta creando para mí, — para mí hombre formado á la imágen del Dios Altísimo, — un tan grande é intolerable infortunio. Ay! yo no conocía el descanso del reposo, ni de dia ni de noche. Durante el dia el animal no me dejaba ni un instante, y en la noche, á cada momento, cuando salía de mis sueños llenos de angustia indefinible, era para sentir el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro, y su inmenso peso, encarnacion de una pesadilla que yo era impotente para sacudir, posada eternamente sobre mi corazon.
Bajo la presion de tormentos semejantes, lo poco de bueno que restaba en mí, sucumbió. Pensamientos malvados vinieron á ser mis íntimos — los más sombríos y malvados de mis pensamientos. La tristeza de mi humor habitual acrecentó hasta odiar todas las cosas y toda la humanidad y sin embargo mi muger no se quejaba nunca, ay! era mi sufre-dolores ordinario, la más paciente víctima de mis repentinas, frecuentes é indomables erupciones de una furia