aquella pesadilla de mi alma, y apresuré el paso, — mas de prisa, — cada vez más de prisa, — al cabo eché á correr: sentía un deseo delirante de gritar con toda mi fuerza. Cada agitacion sucesiva de mi pensamiento me abrumaba con un nuevo terror; porque ¡ay! bien sabia yo, demasiado bien, que, en el estado en que me encontraba, pensar era perderme. Aceleré aun más el paso, y corrí como un loco por las calles, que estaban llenas de gente. Alarmóse al fin el populacho y corrió detrás de mí. Yo entonces sentí la consumacion de mi destino: si hubiera podido arrancarme la lengua lo hubiera hecho; pero una voz ruda resonó en mis oidos, y una mano más ruda todavía me cogió por la espalda. Volvime y abrí la boca para aspirar; sentí en un instante todas las ágonias de la sofocacion; quédeme sordo y ciego y como ébrio; y entonces creí que algún demonio invisible me golpeaba la espalda con su ancha mano. El secreto, tanto tiempo aprisionado, se escapó de mi alma.
Dicen que hablé y me espresé bien clara y distintamente, pero con tal energía y precipitacion, como si temiera ser interrumpido antes de acabar aquellas breves pero importantes frases que me entregaban al verdugo y al infierno.
Despues de revelar lo necesario para que no quedase duda de mi crimen, caí aterrado y desvanecido. ¿Para qué decir mas? ¡Hoy arrastro cadenas y me encuentro aquí! ¡Mañana estaré libre! ¿Más, donde?