hablando entre sí con gesticulaciones várias, y como si se creyeran aislados, por lo mismo que los rodeaba aquel hirviente remolino de la muchedumbre. Cuando se sentian detenidos en su rumbo, estas gentes cesaban en su monólogo; pero redoblaban sus gestos, aguardando, con sonrisa distraida y como forzada, el paso de las personas que les servian de obstáculo. Cuando los empujaban, saludaban maquinalmente á los que obstru ian su paso; pareciendo disculpar sus distracciones en aquel mare magnum.
En estas dos vastas clases de hombres, fuera de lo que acabo de notar, no encontraba nada más de propio y característico. Sus vestidos entraban en esa clasificacion, exactamente definida por el adjetivo decente. Eran, sin duda alguna, caballeros, negociantes, mercaderes, provisionistas, traficantes, los eupatridas griegos, ó sea el comun del órden social; hombres acomodados ó acomodándose ó deseando acomodarse: activamente ocupados en sus personales asuntos, conducidos bajo su propia responsabilidad. Estos no provocaban mi atencion particularmente.
La raza de los comisionistas comerciales me presentó sus dos principales divisiones. Reconocí á los dependientes del comercio al por menor, de novedades y de artículos de moda efimera; jóvenes coquetos, pretenciosos en sus modales, presumidos en su porte; bota barnizada, riza cabellera y aire de satisfaccion de su emperejilado individuo. Apesar de ese prolijo