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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/142

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Edgardo Poe

do de ello) no es visible sino desde un punto, desde la estrecha cornisa que hay en el flanco de la roca.

En esa expedición al Palacio del Obispo habíame seguido Júpiter, que observaba sin duda algunas semanas mi continua preocupación y tenía el mayor cuidado de no dejarme solo; pero el día siguiente me levanté muy temprano, pude escaparme, y corri á las montañas en busca de mi arbol. Cuando volví á casa por la noche, Júpiter se disponía a darme una paliza; y del resto de la aventura no necesito hablar, pues presumo que está usted tan bien informado como yo.

—Supongo—dije—que al practicar nuestras primeras excavaciones equivocaria usted el sitio por la torpeza de Júpiter, que dejó caer el escarabajo por el ojo derecho del craneo, en vez de hacerlo por el izquierdo.

—Precisamente: de ese error resultaba una diferencia de dos pulgadas y media, poco más o menos, relativamente á la bala, es decir, á la exposición de la estaca junto al árbol; si el tesoro hubiera estado en el lugar que aquella señalaba, este error no habría tenido importancia; pero la bala y el punto más próximo del árbol sólo servían para establecer una línea de dirección, y naturalmente, el error, muy ligero al principio, aumentaba en proporción de la longitud de dicha línea; de modo que cuando hubimos llegado á una distancia de cincuenta pies, tenía ya grandes proporciones. Sin la idea fija que me dominaba, y la seguridad de que había por allí positivamente algún tesoro oculto, hubiéramos perdido todo nuestro trabajo.

—Pero qué significaban el énfasis de usted, su actitud solemne cuando balanceaba el escarabajo y todas sus extravagancias? Creí que estaba usted verdaderamente loco. Tampoco me explico su empeño de hacer pasar por la calavera el insecto en vez de una bala.

—¡Pardiez! si he de ser franco, le diré que me tenían algo picado sus sospechas respecto al estado de