de Helseggen; era una cosa del todo extraordinaria, que jamás nos había sucedido, y comencé á inquietarme un poco, sin saber exactamente por qué. Nos pusimos al viento; pero fué imposible atravesar los remolinos, y ya iba á proponer la retirada para anclar en el punto de costumbre, cuando al mirar por la proa vimos el horizonte cubierto de una nube singular, de color de cobre, que avanzaba con asombrosa rapidez.
Al mismo tiempo, la brisa, que soplaba de frente, cesó de pronto, y sorprendidos entonces por una calma chicha, derivamos á merced de todas las corrientes; pero aquel estado de cosas no duró lo bastante para permitirnos reflexionar: en menos de un minuto la tempestad cayó sobre nosotros; un momento después, el cielo estaba completamente cargado, y se ennegreció repentinamente de tal manera que, molestados además por el agua que nos saltaba á los ojos, no nos veíamos.
Locura fuera tratar de describir aquel golpe de viento, que el más anciano marino de Noruega no sufrió jamás. Habíamos cargado todas las velas antes que nos sorprendiese; pero la primera ráfaga tumbó nuestros dos mástiles, que cayeron cual si los hubiesen aserrado por la base; y el palo mayor arrastró consigo á mi hermano mas joven, que se había cogido á él por prudencia.
Nuestro barco era seguramente el más ligero que jamás se deslizara por el mar; tenía un puente con una sola escotilla por delante, y siempre habíamos acostumbrado á cerrarla sólidamente al atravesar el Strom, precaución muy oportuna en aquel mar tan agitado: pero en la circunstancia de que hablo, habríamos naufragado desde luego á no ser por esto, pues durante algunos minutos estuvimos materialmente sepultados debajo del agua.
No sé, ni he podido explicarme nunca, cómo mi hermano mayor escapó entonces de la muerte. En cuanto