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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/219

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Guillermo Wilson

hacia el que así me molestaba y cogile con fuerza por el cuello. Llevaba, como ya me lo esperaba yo, un traje del todo igual al mío: capa á la española de terciopelo azul, y cinturón carmesí, del que pendia la espada: una careta de seda ocultaba sus facciones.

—¡Miserable!—grité con voz enronquecida por la cólera, y pareciéndome que cada una de mis palabras era alimento para el fuego de mi ciega rabia.—¡Miserable impostor, condenado bribón, ya no me seguirás más la pista, ya no me acosarás hasta la muerte! ¡Sígueme, ó te atravieso aquí mismo de parte á parte!

Y me abri paso desde el salón de baile hasta una pequeña antecámara, arrastrando con irresistible fuerza á mi rival.

Al entrar, empujéle con violencia lejos de mi, y fué á tropezar vacilante contra la pared; entonces cerré la puerta, profiriendo maldiciones, y ordené á Wilson que desenvainara. Vaciló un momento, y dejando escapar después un suspiro desenvainó lentamente su acero y púsose en guardia.

El combate no fué largo: yo estaba exasperado por las más ardientes excitaciones de todo género, y sentía en mi brazo la energía y el vigor de toda una multitud. A los pocos segundos acorralé á mi adversario contra la pared, y teniéndole allí á mi discreción, hundi varias veces mi espada en su pecho con una ferocidad brutal.

En aquel momento, alguno tocó á la cerradura de la puerta; apresuréme á impedir una invasión importuna, y me dirigí inmediatamente hacia mi adversario moribundo; pero ¿qué lengua humana pudiera expresar el asombro y el horror que experimenté ante el espectáculo que se ofreció á mi vista? El breve instante en que estuve vuelto de espaldas había bastado para producir, al parecer, un cambio material en las disposiciones locales en la opuesta extremidad de