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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/228

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Edgardo Poe

Si persistís en tomarme por loco, esa creencia se desvanecerá cuando os diga qué sabias precauciones adopté para ocultar el cadáver. La noche avanzaba, y yo comencé á trabajar activamente, aunque en silencio: corté la cabeza, después los brazos, y por último las piernas.

En seguida arranqué tres tablas del suelo de la habitación, deposité los restos mutilados en los espacios huecos, y volvi á colocar las tablas tan hábil y diestramente, que ningún ojo humano, ni aun el suyo, hubiera podido descubrir nada de particular. No era necesario lavar mancha alguna, gracias á la prudencia con que procedí. Un barreño lo habia absorbido todo. Jah!

Jah!

Terminada la operación, á eso de las cuatro de la madrugada, aún estaba tan oscuro como á media noche. Cuando el reloj dió las horas, llamaron á la puerta de la calle, y yo bajé con la mayor calma para abrir, pues ¿qué podía temer ya? Tres hombres entraron, anunciándose cortésmente como oficiales de policía; un vecino habia oido un grito durante la noche; esto bastó para despertar sospechas, envióse un aviso á las oficinas de policía, y los señores oficiales se presentaban para visitar el local.

Yo sonrei, porque nada debía temer, y recibiendo cortésmente á aquellos caballeros, dijeles que yo era quien habia gritado en medio de mi sueño; añadí que el viejo estaba de viaje, y conduje á los oficiales por toda la casa, invitándoles á buscar, á registrar perfectamente. Al fin entré en su habitación, y mostré sus tesoros, completamente seguros y en el mejor orden. En el entusiasmo de mi confianza ofrecí sillas á los visitantes para que descansaran un poco; mientras que yo, con la loca audacia de un triunfo completo, coloqué la mía en el sitio mismo donde yacía el cadáver de la victima.