culos de mi sér; parecióme que los ojos saltaban de sus órbitas; sobrecogiéronme unas náuseas horribles; y por último perdí el conocimiento.
No podría decir cuánto tiempo estuve en aquella posición; pero transcurrieron algunas horas, pues cuando recobré en parte el uso de mis sentidos observé que amanecía; el globo se hallaba á prodigiosa altura sobre la inmensidad del Océano, y en los límites de aquel vasto horizonte, en todo el espacio que mi vista alcanzaba, no veía señales de tierra. Sin embargo, mis sensaciones al recobrar el sentido no eran tan dolorosas como podía esperarlo; pero á decir verdadhabia mucho de locura en la contemplación plácida con que examiné al principio mi situación. Apliqué las manos á los ojos una después de otra, y preguntéme con asombro qué accidente podría haber dilatado mis venas, ennegreciendo tan horriblemente mis uñas; . después palpé la cabeza, movila varias veces, y al fin me aseguré que no era, como lo pensara un instante con espanto, más voluminosa que mi globo. Después, al tocar los bolsillos de mi pantalón, eché de ver que había perdido el libro de memorias y el monda—dientes, lo cual me produjo honda pena. Entonces sentí un vivo dolor en el tobillo del pie izquierdo, y comencé á darme cuenta de mi situación.
Pero ¡cosa extraña! no experimenté asombro ni horror, sino una especie de satisfacción al pensar en la destreza que debería desplegar para librarme de aquella extraña alternativa, y no dudé un momento de mi salvación. Por espacio de algunos minutos entreguéme á profundas reflexiones, y recuerdo muy bien que á menudo oprimí los labios, apliqué mi indice á un lado de la nariz, é hice los ademanes propios de las personas que, cómodamente sentadas en un sillón, meditan sobre asuntos intrincados ó importantes.
Cuando hube coordinado lo bastante mis ideas,