rodea la superficie de la tierra, pensé que por medio del muy ingenioso aparato de M. Grimm podría condensarla fácilmente en suficiente cantidad para las necesidades de la respiración. Esto era lo que oponía el principal obstáculo á un viaje á la luna; yo había empleado algún dinero y mucho trabajo para adaptar el aparato al objeto que me proponía, y confiaba del todo en su aplicación, con tal que pudiese llevar a cabo el viaje en muy corto tiempo. Esto me conduce á la cuestión de la velocidad posible.
Todo el mundo sabe que los globos se elevan en el primer período de su ascensión con una rapidez comparativamente moderada. Ahora bien, la fuerza de extensión consiste tan sólo en la gravedad del aire ambiente respecto al gas del globo; y á primera vista no parece nada probable ni verosímil que á medida que éste vaya llegando sucesivamente á las capas atmosféricas de menor densidad, pueda aumentar su rapidez y velocidad primeras. Por otra parte, no recordaba que en ningún informe sobre un experimento anterior se hubiese demostrado jamás una disminución aparente en la celeridad absoluta de la ascensión, aunque tal pudo suceder á causa del escape de gas por un globo mal confeccionado, muchas veces falto de barniz, ó defectuoso por cualquier otro estilo. Parecíame, pues, que sólo el efecto de esta pérdida podría equilibrar la rapidez adquirida por el globo á medida que se alejase del centro de gravitación. Consideré también que, si en mi travesía hallaba el medio que yo habia imaginado, y era de la misma esencia de lo que llamamos aire atmosférico, importaba relativamente poco que le encontrase en tal ó cual grado de rarefacción, es decir, respecto á mi fuerza ascensional, pues no sólo el gas del globo estaria sometido á la misma rarefacción (en cuyo caso bastábame soltar una cantidad proporcional de gas suficiente para evitar una ex-