EL POZO Y EL PENDULOpesada y maciza, estaba sujeta á una gruesa varilla de cobre, y el todo silbaba balanceandose en el espacio.
Apenas podía dudar ya de la suerte que me preparaba el horrible ingenio monacal. Los agentes de la Inquisición habían adivinado sin duda que ya conocía yo la existencia del pozo, el pozo, cuyos horrores estaban reservados para un hereje tan temerario como yo; el pozo, figura del infierno, y considerado por la opinión pública como la Ultima Thule de todos sus castigos. Yo había evitado la caída por la más rara de las casualidades, y recordaba que el arte de ocultar el suplicio bajo un lazo y una sorpresa, tenía gran importancia en todo aquel fantástico sistema de ejecuciones secretas. Ahora bien, habiendo escapado yo del abismo, no era ya el plan diabólico de mis verdugos precipitarme en él; se me reservaba, y esta vez sin alternativa posible, una muerte distinta y más dulce.¡Más dulce! Casi he sonreído en medio de mi agonía al pensar en la singular aplicación que hacía de esta palabra.
¿A qué referir las largas horas de horror, más que mortales, en las que conté las oscilaciones vibrantes del acero? Pulgada por pulgada, línea por linea, efectuábase su descenso gradual, sólo apreciable á intervalos que me parecían siglos; pero siempre descendía, siempre más y más. Transcurrieron varios días, tal vez muchos, antes que la brillante media luna se balanceara lo bastante cerca de mi para darme aire con su acre soplo. Mis fosas nasales percibían la sensación del afilado acero. Rogué al cielo, y hasta le cansé con mis suplicas, para que la cuchilla bajara más rápidamente; parecíame que me volvia loco; estaba frenético, y me esforcé para levantarme á fin de ir al encuentro de la espantosa cimitarra movible; pero después permaneci tranquilo, sonriendo ante aquella