Ir al contenido

Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/326

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
324
Edgardo Poe

llegué á los últimos peldaños, y nos hallamos los dos en el suelo húmedo de las catacumbas de Montresors.

Mi amigo se tambaleaba, haciendo resonar á cada movimiento sus campanillas.

—¿Dónde está la pipa de amontillado?—preguntome.

—Mas lejos—contesté;— pero vea usted ese bordado blanco que brilla en las paredes.

Fortunato fijó en mi la mirada de sus ojos vidriosos, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.

—El nitro?—preguntó al fin.

—Si, el nitro—repuse. —¿Cuánto tiempo hace que tiene usted esa tos?

Un nuevo acceso impidió á mi amigo contestar hasta que pasaron algunos minutos.

—No es nada —replicó al fin.

—Venga usted—le dije con firmeza,— vámonos de aquí, pues no quiero que se resienta su importante salud. Usted es rico y feliz, como yo lo fuí en otro tiempo; se le respeta y se le ama, y su muerte dejaría un gran vacío. Yo no me hallo en el mismo caso. Vamonos de aqui, porque de lo contrario enfermaría usted. Por otra parte, tengo á Luchesi...

—Basta—replicó Fortunato—la tos no es nada; el resfriado no me matará.

—Cierto, muy cierto—repuse;—verdaderamente no tenía intención de alarmarle en vano; pero debería usted adoptar precauciones. Un trago de este medoc le preservará á usted de la humedad.

Y cogiendo una botella entre las muchas de una prolongada serie alineada en el suelo, la destapé.

—Beba usted—dije á Fortunato, presentándole el vino.

Acercó la botella á sus labios, mirándome de reojo, saludóme familiarmente (las campanillas sonaron) y dijo: