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Página:Historias extraordinarias (1887).pdf/48

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Edgardo Poe

En tales momentos, sus ademanes eran fríos y distraídos; sus ojos miraban el espacio, y su voz—hermosa voz de tenor—subía de punto, sin que esto pudiera considerarse por ningún concepto como petulancia. Al mirarle en tales ocasiones no podía menos de pensar en la antigua filosofía del alma doble, y haciame gracia la idea de un Dupin doble, un Dupin creador y un Dupin analista.

No se crea, por lo que acabo de exponer, que voy a descubrir aqui un gran misterio ó escribir una novela: lo que yo he observado en ese singular francés era simplemente el efecto de una inteligencia sobreexcitada, tal vez enfermiza; pero un ejemplo dara mejor idea de la naturaleza de sus observaciones en la época de que se trata.

Cierta noche recorriamos una larga calle muy sucia, inmediata al Palacio Real: íbamos sumidos en nuestras reflexiones, por lo menos al parecer, y hacia ya cerca de un cuarto de hora que no nos dirigíamos una sola palabra, cuando Dupin me dijo de repente: —A la verdad que ese muchacho es muy pequeño; mejor figuraría en el teatro de Variedades.

—Indudablemente—repliqué—sin pensar ni comprender al pronto, tan absorto iba, la singular manera con que mi compañero aplicaba sus palabras á mi reflexión de aquel momento. Un instante después me recobré y no fué poco mi asombro.

—Dupin—repuse gravemente—he ahi una cosa que mi inteligencia no alcanza; le confieso á usted sin rodeos que me deja estupefacto, y que apenas puedo dar crédito á mis sentidos. ¿Cómo es posible que haya usted adivinado que yo pensaba en...?

Me interrumpí para asegurarme de si había adivinado realmente lo que yo pensaba.

En Chantilly?—añadió Dupin. —¿Por qué se interrumpe? Usted mismo se hacia la observación de