fué sin duda el suelo del patio, donde la víctima cayó desde la ventana contigua al lecho. Esta idea, por simple que parezca ahora, pasó desapercibida para los agentes, por la misma razón que les impidió observar la anchura de los postigos, pues gracias á la circunstancia de los clavos, su percepción estaba cerrada tan herméticamente, que no concibieron la idea de que las ventanas se hubieran podido abrir jamás.
Ahora bien, si ha reflexionado usted convenientemente sobre el extraño desorden de la habitación, tendremos los datos suficientes para combinar las ideas de una agilidad maravillosa, una ferocidad bestial, una matanza sin motivo, y alguna cosa tan grotesca en lo horrible, que es de todo punto extraña á la humanidad.
Agregue usted á esto esa voz cuyo acento es desconocido para los hombres de varios países, esa voz que no silabea, que no es distinta ni tampoco inteligible, y digame qué deduce de mis observaciones, y qué impresión han producido en su espíritu.
Al dirigirme Dupin esta pregunta, sentí como un estremecimiento y murmuré: —Un loco habrá cometido ese asesinato, tal vez algún loco furioso escapado de un establecimiento de la vecindad.
—No está mal pensado—replicó Dupin—y la idea es casi aplicable; pero debo advertir que las voces de los locos, hasta en sus más frenéticos paroxismos, no han convenido jamás con lo que se dice de esa voz singular, oída en la escalera. Por otra parte, los locos pertenecen á una nación cualquiera, y en su lenguaje siempre silabean, por incoherentes que sean las palabras.
Además, el cabello de un loco no se parece al que tengo ahora en la mano, y que encontré entre los dedos rigidos y crispados de la señora de Espanaye. Digame usted lo que le parece.
—Dupin!—exclamé completamente aturdido—¡ese