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PEREGRINACIONES 113

destacaban su negra silueta en el azul estrellado de la noche.

Al acercarnos á la muda facha de un hombre que se hallaba allí inmóvil, apoyado en una columna, este se alejó con aire meditabundo.

A pesar de la oscuridad que ocultaban sus facciones, creí reconocer en aquel hombre á Enrique Ariel.

Y pensé otra vez en Carmela, y otra vez vituperé mi olvido egoista y culpable.

Pero cuando al siguiente dia fuí al monasterio y me anuncié á.ella, en vez de verla llegar recibí una carta suya.

—«Doloroso es—decia, negarme el consuelo de abrazarte. Habríame hecho tanto bien!

«Pero tus palabras, tus miradas, el acento de tu voz serian otras tantas reminiscencias del pasado, ráfagas de un recuerdo que es preciso desterrar del corazon, mirages de esos dias del desierto que han dejado en mi existencia un surco de fuego.

«Adios! Vuelve á los esplendores de la vida, y no quieras acercar su luz á las tinieblas del sepulcro.»

Esta carta me entristeció profundamente.

Habia guardado la esperanza de que Carmela cediera á la voz del amor, y sobreponiéndose á

fanáticas preocupaciones, recobrara su libertad. 8