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124 PANORAMAS DE LA VILA

agotadas sus municiones, no se desanimaron por eso: Quemado su último cartucho, empuñaron sus fusiles por el cañon, y esperaron á pié firme.

Pero los asaltantes, alentados por el silencio de las barricadas, cayeron en masa sobre ellas, las forzaron, sacrificando á los bravos que las guardaban y se derramaron en la ciudad como fieras hambrientas matando, robando, destruyendo.

Cuántas escenas de horror contemplé desde el escondite aéreo en que me hallaba agazapada y temblando de miedo, porque veia acercarse á aquellos bárbaros lanza en ristre y los fusiles humeantes, vociferando, no con acento humano, sino con feroces aullidos.

De repente, el grito de—Al convento! resonó entre ellos; y como una bandada de aves de rapiña sobre su presa, arrojáronse sobre el santo asilo de las vírgenes cuyos cantos llegaban á su oido repetidos por las bóvedas sagradas.

Helada de terror, volví los ojos con angustia hácia la puerta del convento.

De pié en el umbral, y armados de revolvers, dos hombres la guardaban.

La posicion vertical en que me hallaba respecto á ellos, no me permitia ver el rostro de aquellos hombres; pero sí la varonil apostura de ambos, y su actitud enérjica y resuelta. Apoyada una mano en