166 PANORAMAS DE LA VIDA
rumor acrecía, y de él salian como rugidos de leon mezclados al zumbido del granizo.
De pronto, á la vuelta de una encrucijada, divisé un campo rodeado de bosques y enteramente cubierto de ganado cuyos mugidos formaban el temeroso rumor que desde léjos veníamos escuchando.
Era un rodeo.
Aquellos ganados pertenecian á mi hermano. Repuntábanlos sus peones, y él mismo estaba entre ellos.
La presencia de aquel hermano que veía por vez primera produjo en mí un doloroso enternecimiento. Arrojéme en sus brazos llorando; y él tambien, hondamente conmovido, me estrechó contra su pecho enjugando furtivamente una lágrima.
Llevóme en seguida á su casa, fresca y aseada habitacion situada sobre aquel campo en la falda de una colina.
Presentóme á su esposa, que era una graciosa y sencilla jóven paraguaya de esbelto talle y ojos negros como su larga cabellera.
Irene puso sucesivamente en mis brazos cinco niños, cuyo primogénito contaba apenas seis años, lozanos todos, bellos y aseados, como todo lo que encerraba aquella morada, semejante en su primor