JUEZ Y VERDUGO 261
hasta perderse en el azul cerúleo del oceano. Una brisa perfumada se cuela en suaves ráfagas por la ventana, y viene ¿jugar con el papel en que trazo estas líneas.
No puedo resistir al deseo de ir á aspirarla allá entre los bosquecillos de heliotropos blancos que desde aquí diviso, en el fondo del valle.
Dejo la pluma para volver á tomarla de nuevo; al regresar de Mi paseo. ..... oo... .... Un incidente! . . . . Oh! qué miedo he tenido! Nada semejante me aconteció jamás. Estoy pensativa, confusa, amedrentada. Qué se yo! ...
Vagando de arbusto en arbusto, de flor en flor, llegué al grupo de sauces en cuya fronda se ocultaba mi nido de tórtolas ....
La pobre madre gemía sola en lo alto de una rama: su nido habia desaparecido.
—Maldita sea la mano que lo robó!—exclamé, con dolorosa indignacion.
En el mismo instante ví surgir detrás del ramage de un matorral un hombre de fisonomía estraña, diria mejor, siniestra. Tenia en una mano el nido de tórtola; con la otra empuñaba el cañon reluciente de un fusil.
Espantada, creyendo que iba ú castigar mi maldicion con un balazo, dí un grito, y huí de una sola carrera hasta la puerta de casa.