JUEZ Y VERDUGO 281
Ella elevó las manos sobre la cabeza del jóven que se detuvo; pero continuó luego, haciendo esfuerzos para substraerse á la influencia que lo subyugaba.
—Déjame! ah! déjame el placer amargo de contemplar al hombre que me roba tu amor! déjame henchir mi corazon de odio, y ....
Un ademan imperioso ahogó su voz. Calló; y gruesas gotas de sudor cubrieron su frente.
—Bruno! mira impasible á ese hombre, y lee en su COrazOn.
—No te ama ya . . . . Otra posee su amor.
—Conócesla tú?
—Estoy mirándola — Preparábase á seguirte. Llegó á la puerta; encontróla con llave; y regresando á su cuarto, acecha tu regreso desde una ventana.
La mujer se estremeció; pero serenándose luego:
—Bruno--dijo—acércate á aquella que me acecha; mírala y descubre por qué, magnetizándola. sin que se aperciba de ello, no puedo sin embargo plegar su voluntad á la mia.
—Por que te aborrece.
Un relámpago de ódio iluminó los negros ojos de aquella mujer, y en sus labio vagó una cruel sonrisa.
—Y tú?—replicó—¿tendrias poder sobre ella?
—Sí!