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330 PANORAMAS DE LA VIDA

Aura leyó sus propias palabras, reproducidas en forma de sentencia.

Entonces la misma sensacion de desaliento que se las dictara, hízola tomar la pluma, y escribir su nombre.

El coronel oyó derepente un grito sordo, que erizó sus cabellos, heló su sangre, y lo arrojó contra aquella puerta.

Enrique, pálido, y como Cain, sapilcada la frente con gotas rojas de terrible significacion, apareció de súbito en el umbral.

—He sido juez y verdugo—dijo cediendo el paso al coronel —juzgadme á vuestra vez, señor, y decidid en mi causa—;¡plegue á Dios que me encontreis culpable!

El coronel se precipitó en el cuarto.

Oyóse luego un grito ahogado, grito de dolor inmensurable, seguido de un lúgubre silencio, interrumpido al fin, por una imprecacion.

El padre habia encontrado á su hija muerta, atravesado el pecho con un puñal, y abierta delante de ella la funesta carta.

El coronel salió con el semblante lívido y brillando en sus ojos una sombría indignacion.

—lId con Dios!—dijo, dirijiéndose á su yerno. Estábais en vuestro derecho! . . . . Alejaos! pero, en nombre del honor, silencio!