JUEZ Y VERDUGO 345 el orgullo, y se sobrepuso á las vanas combinaciones de la cabeza.
El coronel atravesaba el puente una tarde, á la caida del dia. El sol se ocultaba entre las enrojecidas nubes de occidente; y el cielo y la tierra tomaban ese tinte melancólico, tan propicio álas suaves emociones.
De repente, el coronel se detuvo, con la mirada fija en lontananza.
Sus ojos habian divisado el cementerio, cuya bóveda destacábase blanca sobre la oscura fronda de los cipreses.
A esa vista, el coronel sintió desgarrársele el corazon, y un hondo sollozo resonó en su pecho.
De lo alto de aquella lejana cúpula, diez y ocho años de ventura le sonrieron con la dulce sonrisa de su hija.
Vióla niña, vióla jóven, vióla muerta . . . . Pero vió tambien ante su cuerpo inanimado aquella carta fatal; y huyó espantado, llorando, maldiciendo y contemplando, destruido en un momento el edificio de helada tranquilidad que alzará en torno de su alma.
XI La revelacion
Al entrar á su casa, el coronel encontró, esperándolo, á un oficial perteneciente á la guardia de